A Raùl Serrano



Cuando alguien ve las fotos de mi tierra,
del mar, de las colinas y de mi casa,
como hay algo aún que no le cierra
pregunta sólo y siempre más curiosa:

“¿Qué hacés en Tucumán y Ayacucho,
donde hace falta un mínimo ademán
y en la cocina se te cae el techo?
¿Qué hacés en Ayacucho y Tucumán,
en un cuarto donde entra sólo el lecho
y los lujos de tu Italia ya no están?”

La respuesta es la misma para todos:
“Hay algo acá que ata fuerte al tano,
es un hombre que no habla por los codos
y que supo con sus manos de artesano
sacar de mí el plomero con sus modos,
un hombre cuyo nombre es Raúl Serrano”.

Amanezco



Encuentro un paraíso bajo la luz de tu sonrisa,
se abre el cielo confundido entre las olas de
Ángeles-demonios que bailan un vals pintoresco.
Disimulo una vergüenza que no me deja ni mirarte y
en vos imagino una Navidad en familia.
Déjame olvidar porque existo y porque no existo:
cada instante es un conglomerado de ideas en un
océano de dudas.
La luna, dormida, sonríe a las estrellas, impotentes
frente a tanta sinceridad.
Hay unos ruidos abajo, gritos de libertad de
treinta millones de personajes que actúan dirigidos
por el levantarse de un perezoso sol.
Desde mi ventana miro, sorprendido, el milagro de
un nacimiento: la ciudad levanta la frazada del
oblio y se baña de automóviles para despabilarse
de un sueño tentador.
Unas sirenas acompañan este baile de hormigas
borrachas en búsqueda de amparo.
El silencio de mi alma escribe palabras y parábolas
que, solas, me acompañan en un universo paralelo.
Vida, y más vida todavía.